Es
buen momento para meditar sobre lo que esta pandemia nos dejará como lección.
Las ciudades, quienes las habitamos y nuestra naturaleza de vida no será la
misma. Hemos escuchado insistentemente que volver a la normalidad será algo que
no sucederá pronto y que la “normalidad” para entonces habrá cambiado
demasiado. ¿Cómo volveremos a confiar nuestra vida en las ciudades?
© Marcos Betanzos |
Por Marcos Betanzos @MBetanzos
De las guerras y las masacres, muchos
vuelven más callados de lo que eran. No suelen regresar llenos de
conversaciones pendientes.
- Andrés
Neuman
El
expresidente de Uruguay, Pepe Mujica, ha dicho en referencia al COVID-19 “que
este bichito nos ha demostrado la cantidad de cosas superfluas que tenemos. Y
cómo hemos pensado históricamente en el interés económico, pero no en la
felicidad de la gente”. Para él, es posible celebrar que en algún modo se hayan
terminado las fronteras y que eso sea el contexto que nos exige comprender que
el problema de otro, es también nuestro problema.
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Ante
un panorama mucho más incierto y poco a poco doloroso, muchas preguntas
comienzan a navegar en busca de aproximaciones y respuestas. Las más
inmediatas, quizá las más entusiastas se refugian en la arquitectura y el
diseño industrial: ya recorren e inundan las redes una buena serie de propuestas
para configurar espacios de atención médica, respiradores mecánicos o
mascarillas de protección; hay mucha solidaridad entre las personas, el ánimo
se desborda, a veces empata al pesimismo; la supervivencia tiene algo de
deporte colectivo. Sin embargo, suspendidas y en el largo plazo quedan las
ciudades y su transformación, este es un buen momento para cuestionarnos el
modelo de ciudad que tenemos, el que queremos o el que necesitaremos después de
la pandemia.
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Alfonso
Iracheta, Doctor en Estudios Regionales por la Universidad de Varsovia, ha
indicado que esta crisis nos ha permitido ver con claridad cómo el modelo
urbano (en México) está totalmente dedicado a los mercados, cómo ha dejado
fuera de él a más de la mitad de la población. Y cómo se profundiza aún más el
impacto de este tipo de situaciones en territorios donde la población es más vulnerable
por sus condiciones de empleo (informal), el poco o nulo acceso a los servicios
de salud o agua y el hacinamiento en el que viven las familias en una vivienda,
más allá de las características particulares de esta última.
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Para
esos grupos poblaciones que representan más del 60% de los habitantes del país,
la ciudad ha fallado. Por ello, de acuerdo al urbanista Salvador Herrera,
deberá encontrarse un nuevo modelo que dé esperanza a la gente y permita
repensar –desde nuestras pesadillas- cómo serán los abastecimientos, las
colectividades, los desplazamientos y la participación ciudadana en la
definición de ese modelo que aún no se logra y que está en manos de los desarrolladores,
los secretarios, funcionarios públicos, gobernadores, alcaldes…
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Fuera
del alcance de las personas de a pie, lo que se tiene es una ciudad pensada y
diseñada físicamente pero no en el ámbito social. Así lo define, Antonio Díaz,
director de ProVive Comunidades que
Renacen, con sede en Tijuana, quien enfatiza la nula participación en los
temas urbanos de parte de todos los ciudadanos y señala que, urge separar los
problemas de la crisis inmediata de los problemas esenciales de las ciudades
para el largo plazo. La necesidad de ser más solidarios nos obligará a pensar,
innovar y a emprender porque las ciudades se transformarán de forma veloz gracias
a que las dinámicas sociales cambiarán como reflejo del teletrabajo, las redes
comunitarias de ayuda o colectividad, la menor exigencia de movilidad
poblacional en las ciudades, etc.
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Sin
embargo, son estos temas están pendientes y requieren ser analizados. En
comunidades como el área metropolitana de la Ciudad de México, la densidad juega
en contra nuestra, ¿qué sucederá con la forma de hacer vivienda y para quién? Hay
quien piensa que estamos cerca de llegar a vivir en lugares tecnológicamente
equipados para ser desinfectados de forma cotidiana. Pero para quienes hoy no
tienen acceso a una vivienda digna menor a 50 m2 eso es pura ciencia
ficción. ¿Cómo usaremos los espacios públicos? ¿cómo volveremos a los centros
de enseñanza? ¿Volverá el auge económico de las empresas que ofrecían oficinas
compartidas? ¿Volveremos a sentirnos seguros de compartir un lugar de trabajo,
un vehículo o un lugar de alojamiento? Sobre el transporte público, ¿volveremos
a salir así en las mismas aglomeraciones del Metro o estamos frente a una nueva
oportunidad para la industria automotriz que, en algunas ciudades asiáticas ya
repunta sus ventas al percibirse como un medio (más) seguro de transporte. Las
consecuencias para la ciudad en cuanto a movilidad, salud pública y economía ya
las conocemos. Las ciudades se configurarán nuevamente más rápido o más lento
pero la normalidad no volverá.
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Desde
el 2014, año en que la ONU afirmó que, por primera vez en la historia de la
humanidad más de la mitad de la población residía en áreas urbanas tenemos un
gran desafío que resolver, pero la preguntas no pararán y en la emergencia
estamos dejando de lado la reconfiguración de nuestra casa común. No hay plan
previo, no existe un plan actual, tenemos que pensar, codificar colectivamente
–otra vez-, cómo será nuestra vida en las ciudades. En las que vienen para ese
futuro que también economiza.
En
el desconcierto o la atención a estos tópicos, vale la pena seguir la
recomendación de Mujica sobre el retiro que vivimos: “hay que galopar con nuestras
subjetividades; tenemos tiempo para hablar con uno mismo, con el que llevas
dentro, mirar por una ventana al cielo, y si no hay cielo… imaginarlo”. Él sabe
de esas cosas.
*Marcos
Betanzos (Ciudad de México, 1983) es arquitecto, fotógrafo y profesor
de cátedra en el Instituto Tecnológico de Monterrey, Campus Santa Fe y Estado
de México. Becario FONCA 2012-2013, integrante de FUNDAMENTAL, taller de
arquitectura, paisaje y urbanismo.
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