Localizada en Uruapan, Michoacán, la
fábrica de hilados “San Pedro” fue construida entre 1892 y 1894. Esta
edificación formaba parte del sueño del empresario y político Leopoldo Hurtado
y Espinosa (1857-1927) por llevar a su estado natal, la promesa cumplida de
progreso industrial que suponía el fin del siglo XIX. El edificio, ubicado
estratégicamente a orillas del río Cupatitzio (el más importante en Michoacán) tuvo
su momento de gloria en el primer lustro del siglo XX cuando contó con 200
telares y más de 600 husos; sin embargo, el movimiento revolucionario y la
falta de maquinaría proveniente de Europa la obligaron a cerrar sus puertas temporalmente
entre 1917 y 1921.
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© Marcos Betanzos |
Por Marcos Betanzos @MBetanzos
Algodón, lana, lino y seda se produjeron
ahí, y la convirtieron en un referente local a nivel industrial y una de las
fábricas de textiles más importantes del país por su manufactura. La empresa enfrentó
diversos problemas como la falta de suministro de energía eléctrica y las
constantes huelgas de trabajadores que exigían mejoras en sus condiciones de
trabajo, entre ellas la reducción de su jornada laboral; las consecuencias: la
entrega de las instalaciones por parte de los dueños y el cierre definitivo
ante la carente administración de los trabajadores.
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En 1953 “los Illsley” llegan a México, se
casan un año más tarde y en 1956 fundan Telares Uruapan comprando las
instalaciones de “San Pedro” a la cooperativa. Él, Walter había nacido en
Michigan y tenía una vena de inventor, se había expatriado en China para evitar
ir preso por no enlistarse a la Segunda Guerra Mundial; ella, Bundy, nacida en
Nueva York, era chofer y tenía un gran interés en las artes plásticas. En
conjunto fundaron cooperativas, escuelas y talleres de capacitación textil para
jóvenes indígenas en Michoacán, posterior a su paso por Ciudad de México, Sonora
o Guatemala. Todo bajo el principio del Gung-Ho (Trabajar juntos): ayudarse
mutuamente para alcanzar la prosperidad común.
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Reactivaron las instalaciones de “San
Pedro” haciendo uso de la maquinaria original que aún se conserva y procurando
el cuidado de todo el conjunto que en algún momento llegó a ser cárcel
municipal en la década de los setenta y ochenta, así como set cinematográfico.
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Hoy en día, el lugar es una máquina de
tiempo que se mantiene vigente. Una parte funciona como un centro de
convenciones y eventos sociales, haciendo gala de un jardín bellísimo; otra,
como tienda de fábrica, museo de sitio (el sótano) y área de exposiciones, la
cual ha detonado nuevamente el interés de locales y foráneos con la promesa de
convertirse en un verdadero centro cultural. La familia Illsley ha vendido al
municipio cerca de 8,000 m2 del predio que será administrado por la
fundación del artista uruapanse Javier Marín.
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Parece que así se complementará en este
sitio el sueño postergado de Bundy sin dejar de ser el de Walter: una fábrica
en operación con una producción incesante, con una capacidad menor, pero con un
enfoque local, con sus muros de piedra colmados de arte, sus vigas de madera y
el sonido del río que aún presume aguas cristalinas, recibiendo nuevos
visitantes para producir desde esa arquitectura industrial nuevos ecos en toda
la ciudad.
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© Marcos Betanzos |
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© Marcos Betanzos |
*Marcos Betanzos (Ciudad
de México, 1983) es arquitecto, fotógrafo y profesor de cátedra en el
Tecnológico de Monterrey. Becario FONCA 2012-2013, integrante de FUNDAMENTAL,
taller de arquitectura, paisaje y urbanismo.
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