Por Marcos Betanzos @MBetanzos
Se ha terminado el mundial de futbol en Rusia y desde hace días, también nuestra eterna ilusión nacional por hacer la faena de una participación más memorable en la cancha. Se ha ido todo lo que trae consigo la mercadotecnia del balompié y se quedan los ecos de la realidad.
De vuelta a nuestras calles, la memoria y los niños siguen jugando con lo que pueden, toda la ciudad susceptible de convertirse de manera improvisada en una cancha de futbol a la menor provocación, parecería que nuestro gusto por el futbol nos convierte en una potencia del deporte, pero no lo somos. La pasión y el talento son dos cosas distintas, hay que recordarlo.
Por eso, aunque parece fácil participar en un proyecto para intervenir un espacio residual y convertirlo en una cancha de futbol, no lo es. Mucho menos cuando en casos como La doce, -una cancha existente ubicada en el municipio de Valle de Chalco, Estado de México- se llevó a cabo un proceso de transformación para mejorar no sólo sus condiciones físicas y de imagen sino sus códigos de uso y utilización por parte de la comunidad del municipio.
La obra realizada por el despacho ALL Arquitectura en conjunto con asociaciones civiles y otros aliados, ha sido el vehículo para reactivar a partir de este deporte una serie de predios subutilizados y devolver a la comunidad este espacio, bajo estrategias de participación integral y apropiación activa por parte de las familias del municipio.
El acompañamiento a todo el desarrollo realizado por los promotores y desarrolladores de este proyecto ha sido de carácter integral, mucho más preciso en lo social que en el fundamento utilitario de lo arquitectónico. Se ha logrado con una intervención sencilla pero compleja por sus implicaciones de gestión, insertar una nueva manera de interactuar en estos espacios, generando vínculos comunitarios aún más fuertes, un proyecto con múltiples mecanismos de apropiación que le otorgan valor ante su contexto. Lejos y poco perceptible podría parecer el accesorio de lo estético como código de diseño, en esta cancha no hay glamour sino personas.
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A la constante preocupación disciplinar por unificar el espacio, por homologar los patrones constructivos y por imponer de forma artificial conductas que contradicen la naturaleza de la función le viene la experiencia, las variantes, la gambeta de la tribuna que exigen más que lujos, la posibilidad de jugar toda la vida. Los fragmentos de un barrio que reunidos se han convertido en el color de la colonia, en el punto de encuentro, todo por el amor a la pelota.
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