Por Marcos Betanzos @MBetanzos
El instrumento –se pensó- debía ser obligadamente el concurso público. Algunas voces hacían notar la desesperada alerta de no caer en radicalismos, su argumento era sencillo: no todo se puede ni debe concursarse, en algunos casos –enfatizaban- no se cuenta ni con la infraestructura (por parte de dependencias o instituciones gubernamentales), ni con los recursos humanos o materiales para hacerlo.
El tiempo parece haberles dado la razón a esos agentes críticos pesimistas, pero bajo esa premisa inicial (adicionalmente optimista o ingenua) nacieron muchos más concursos de instituciones, de empresas, de organismos gubernamentales, con temas y pertinencia amplia. Sin embargo, no cambió en mucho la formulación de estos instrumentos desde su convocatoria y tampoco cambió mucho la lógica para participar en ellos, mucho menos cambiaron los resultados en los fallos del jurado responsable y por si acaso faltaba algo más para comprobar que el método no era para nada el más eficaz habrá que ver el resultado de obras nacidas en concursos públicos en años recientes que, por su ejecución o por su expectativa nos siguen quedando a deber. La realidad nos dice que están a medias, que son mucho más promesas de imagen que realidades construidas.
Así llegamos al concurso más reciente convocado
por la SEDUVI para el Centro Memorial 19S, el cual nunca debió formularse, eso
es irrefutable pero la pura posibilidad de participar generaba esa
contradicción entre el deber y el poder hacer. La inercia ineludible de querer
solucionar todo con la arquitectura. El tema es un error, la pertinencia para
la formulación de un concurso en un proceso que no ha terminado fue aún más
grave, a ello habrá que sumarle la responsabilidad de las autoridades para
salir del paso con una acrobacia promovida por sus consejeros, el papel del
jurado para validar el proceso colmado de errores y el fallo, así como la nula
comunicación con los damnificados, todo ello resultó en un absurdo, el escenario
idóneo para esbozar el ocaso de una endeble cultura del concurso de obra
pública. Una serie de sucesos concatenados que han arrojado como resultado un
desastre en el cual las certezas han desaparecido, sucesos aleatorios peros
desafortunados que en conjunto nos dejan ver que el concurso público nunca ha
dejado de ser más que una causa para la cual vale más mantenerse escéptico.
Las propuestas presentadas en el concurso Parque
Memorial juegan con esa ambigüedad (ni son parque ni logran ser memorial), son
en algunos casos provocaciones, en otros disfraces de espacio público vestidas
como monumentos, esa dualidad que deja en un guiño de ironía el gesto poco
empático de vestirse como arquitecto en un tema donde lo que menos se requiere
es la arquitectura. ¿Necesitamos un memorial? No. ¿Necesitábamos un concurso
para ello? No. Tampoco. Validar que los
concursos no son la panacea de nuestra profesión, quizá.
Quienes participamos en el proceso, colocamos así
un cuestionamiento claro sobre la certidumbre de hacer de un gesto inútil un
tema de relevancia. ¿cuánto tiempo llevará y qué costo tendrá este demoledor
golpe a nuestro democrático anhelo de concursar todo en nuestra profesión?
Ante una sociedad enervada en espera de
respuestas, la construcción de un andamiaje legal para darle salida a sus
necesidades sigue siendo una promesa lejana, nosotros –los arquitectos-
seguimos concursando. Pasamos demasiado tiempo cuestionándonos y pensando cómo
mejorar la fórmula del concurso y olvidamos cómo estos debían socializarse, ilustramos
nuestra condición miope de no filtrar absolutamente nada y peor aún de poner a
disposición de gobernantes limitados algo que no debían tocar. Olvidamos
escuchar y recurrimos a los expertos, aquí están los resultado, habrá que
esperar las consecuencias.
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