Gobierno de la Ciudad de México |
El desengaño, para aquellos que lo elevaron como la opción de un gobierno fue siempre una constante, el hartazgo creciente solicitaba a gritos su separación del cargo; su decisión, finalmente fue agradecida. Mancera se fue negociando su supuesta fuerza política, reiterando el poder de su narcisismo o su trasformación en un gobernante enano cegado por sus propias ambiciones, ensimismado en su capacidad desmedida de negociar más rebanadas de pastel o las boronas de ser necesario, todo ello sin el menor recato.
En los años de poder que sostuvo, se le frustraron más de un negocio cimentado en proyectos y obras públicas; sin embargo, no se fue con las manos vacías. Aunque se le escaparon varios negocios turbios -el más notable sin duda será el Corredor Comercial Chapultepec- y otros aún se le cuestionan -como los contratos de publicidad en la flamante Línea del Metrobús en el Paseo de la Reforma-, logró contra todo pronóstico ofertar y negociar para hacer ganar a desarrolladores inmobiliarios en casos como La Mexicana, una tranza con disfraz de parque urbano.
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Mancera se va, llevando consigo la corona que soporta un limitado personaje sobrepasado por sus compromisos particulares, sus pactos irrevocables. Nos deja una ciudad dispuesta sobre un andamiaje ineficiente y debilitado para solventar el proceso de reconstrucción, una estructura de gobierno con un horizonte restringido y paralizado; nos deja la ciudad sin uno solo de sus grandes proyectos emblemáticos planeados, con una guerra instalada en sus dependencias por el poder de sus direcciones, con un manto de opacidad que cuestiona el destino de los recursos reunidos para levantar las zonas dañadas y nos deja ocurrencias, muchas ocurrencias más para maquillar las heridas que permanecerán abiertas por mucho tiempo.
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Se fue Mancera y parece que nada ha pasado. Nada pasará. El desengaño está y estará por largo rato. La ciudad perdió tiempo valioso que transcurrió en las ensoñaciones presidenciales de un Jefe de Gobierno desubicado que tomó su cargo como agencia de colocación. Las múltiples crisis que se dieron a lo largo de su gobierno hicieron visible el profundo daño de una de las peores administraciones capitalinas. Por fortuna, ya se fue.
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La ciudad no lo extrañará, es momento de comenzar a plantear de qué manera los logros obtenidos en administraciones previas pueden ver continuidad en lo urbano, en lo público y en lo social para hacer de nueva cuenta una ciudad ejemplar y no sólo una bonita marca registrada con mucha imagen, pero poca o nula sustancia. Habrá que ir diluyendo la obsesiva tarea de un gobernante que construyó una escenografía de ciudad como su propio monumento, el error común de la ostentación de poder: querer hacer parte del paisaje un autorretrato permanente.
Excelente descripción de un lamentable periodo donde lo omitido se resentirá y lo cedido tendrá a futuro una sombría huella. Una nota justa y certera.
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