Por Marcos Betanzos @MBetanzos
La obra de Stone fue vasta, llegó como pocos a lugares distintos para plasmar un estilo cargado de variaciones, un reflejo de una vida personal vinculada de situaciones de mutación constante. Desde su paso por universidades e instituciones académicas que nunca lo llevaron a recibirse como arquitecto, su inicio como arquitecto en los años treinta siendo una de sus primeras obras el Radio City Music Hall en Manhattan (1932), la mancuerna realizada con Philip L. Goodwin para el MoMa; su participación en la segunda guerra mundial, donde desde Washington estuvo a cargo de diseñar instalaciones de las bases de la fuerza aérea del ejército, la portada que ocupo en 1958 de la revista TIME y un largo etcétera que trae consigo un cambio de escala y de tipologías. También de compromisos ideológicos y de empatías, desprecios de colegas y críticos.
De la vivienda, al multifamiliar y de esto a los edificios institucionales que, fueron en gran medida las obras que lo llevaron a consolidarse como uno de los referentes de la arquitectura del siglo XX, su obra fue tan abundante que lo llevó hasta México a materializar el segundo museo de su tipo más importante del país: el Museo de Antropología de Xalapa (MAX).
El MAX es una obra
discreta que se funde entre la topografía y el paisaje de la ciudad, ubicado en
lo que hoy es una zona residencial. Su presencia no es ni estridente ni
estrafalaria, es elegante para un museo institucional, algo que ahora es poco visto.
Sin embargo, esa elegancia al interior, no renuncia a usar materiales o
espacios como el vestíbulo a modo de síntesis magnánima del mensaje integral
del proyecto hacia el visitante y lo que se pondrá ante su mirada como
directriz de su experiencia en el recorrido: la relación de la arquitectura con
la luz natural, con el paisaje y con la topografía para dar contexto a las
valiosas piezas que ahí se exhiben, más de 2,500 piezas de arte prehispánico,
30 siglos de arte e historia de México.
Estos tres elementos
(luz, paisaje y topografía) acompañan la gran galería que comunica seis salas y
tres patios con maravillosas pérgolas, en un área de doce mil metros cuadrados
de construcción, donde nueve mil corresponden a la exhibición permanente y sus
jardines, todos asombrosos convirtiéndose como paisaje en la museografía perfecta
que acompaña a las piezas y aísla atemporalmente le experiencia del recorrido
de sus salas. Pequeñas máquinas del tiempo que funcionan transversalmente como
transición del espacio cerrado de la gran galería hacia el jardín pergolado y
después hacia el gran jardín abierto del museo. Otro espacio digno de recorrer
y contemplar.
Vigente, y con
carencias de mantenimiento visibles este museo es una de las joyas más valiosas
de la arquitectura mexicana, vale la pena conocerlo, visitarlo y regresar a él
a la menor provocación. Todo lo construido, la museografía, la colección
permanente podría trasladar su experiencia a cualquier museo del primero mundo,
visite el “restaurante” y sabrá que está en México: la mejor vista de los
jardines por desgracia solo puede disfrutarse con una Coca-Cola de lata y un
popote. Ni modo, no todo puede ser perfecto, porque México...
¿Le damos la razón a
Lucio Muniain cuando dispara otro dardo más ponzoñoso al decir que “el museo
más chingón de México fue hecho por un gringo”? Vaya a comprobarlo, saque usted
sus conclusiones. Un dato: este museo representa una sexta parte en superficie
de construcción de lo que es el de Antropología de la Ciudad de México, galardonado
por su arquitectura la obra de Ramírez Vázquez, el de Xalapa ha sido
galardonado por su arquitectura de paisaje.
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