“La arquitectura es mucho más que
arte y es mucho más que la construcción
de edificios. La arquitectura entrega energía, hace que la gente se sienta
orgullosa”
Francis D.
Kéré
Por Marcos Betanzos @MBetanzos
Tenejapa es uno de
los 123 municipios del Estado de Chiapas, éste último ubicado en la tercia de
los estados más pobres del país, en conjunto con Oaxaca y Guerrero. Tenejapa,
municipio donde más del 90% de sus partos son atendidos por parteras
comunitarias posee uno de los indicadores más altos de mortalidad materno-infantil
a nivel nacional.
Localizado a 30
kilómetros o una hora de recorrido, desde San Cristóbal de las Casas, sus
comunidades –la mayoría conformadas por pueblos originarios- enfrentan desde
hace décadas una carencia en la infraestructura de salud y sobre todo, el
acceso a servicios médicos. Frente a ello, sus mujeres intentan preservar la
vida de terceros y también dignificar su trabajo comunitario, una labor
ancestral sin protección jurídica que, poco a poco se va perdiendo ante las
dificultades que ello representa.
Desde y a través de la arquitectura, con una visión que busca sumar esfuerzos, hemos tenido la oportunidad de acercarnos a esa realidad -poco visible- guiados por colectivos como el Consultorio de Arquitectura Práctica de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, la Fundación Mesoamérica Profunda; trabajos, obras y esfuerzos previos como los de Taller Comunal, Juan Casillas y Pablo Landa, así como de la Universidad Iberoamericana y sus estudiantes, todos los agentes mencionados, que han antecedido a la contribución que esta semana -en su fase primera- ha concluido el Tecnológico de Monterrey (ITESM) Campus Santa Fe a través de sus estudiantes de sexto semestre; sus directivos, las arquitectas Linda Botti y Patricia Torres, un servidor y el M. en Arq. Juan Pablo Rodríguez quienes desde el aula conducimos al grupo de Proyectos IV.
La experiencia ha sido enriquecedora y ha representado un desafío que supera las complejidades acostumbradas de la disciplina, en este proceso hemos dejado claro que la arquitectura puede contribuir con algo más que con “palitos” como superficialmente se le ha denominado a este tipo de proyectos. En nuestro caso, en menos de cuatro meses de trabajo logramos un diálogo abierto entre tres instituciones académicas de visiones distintas (le denominamos Aula Abierta); construimos un diálogo entre profesionales para obtener proyectos con un nivel mayor de ejecución acorde a cada realidad específica, rigor proyectual; permeamos la iniciativa con estudiantes de otras disciplinas de nivel preparatoria para hacer voluntariados en las comunidades; potenciamos las voluntades de colaboración de los estudiantes de la licenciatura y sobre todo; aceptamos que la arquitectura no es suficiente porque cuando se habla de trabajo comunitario no sólo hablamos de arquitectos traduciendo necesidades espaciales. Hay algo más que se les escapa a los arquitectos: llegar al corazón de las grandes causas por un compromiso profundo, ni caridad ni trampolín para reconocimientos fatuos, nada de mercadotecnia de fácil acceso, simple justicia elemental.
Entendimos –y con esa idea regimos el taller-, que dejaríamos de lado las destrezas y los actos heroicos, escucharíamos antes de hablar y atenderíamos las peticiones de dos parteras que han dedicado su vida a servir, ambas con necesidades tan comunes como disimiles; ellas elegirían el proyecto a construir al finalizar el semestre. Siempre pensamos que invertir el orden exhibiendo destrezas de algo que necesita corazón más que habilidades proyectuales sería un lujo innecesario. Sobrediseñar –lo entendimos- afectaría tanto como la exotización o la validación del oportunismo de “proyectos” que surgen por paralelismos ocasionales. Aportaríamos con la intención de reducir los vacíos de una acción disciplinar, teníamos que reconocerlo desde un inicio: la arquitectura no es suficiente, de ahí surgiría el llamado principal de la colaboración.
Ahora, en la segunda fase del proyecto, se depurarán y gestionarán los recursos necesarios (humanos y económicos) para construir los dos proyectos seleccionados por las parteras en sus comunidades. La culminación de esta iniciativa en su primer capítulo no me deja más que un sentido de auténtico agradecimiento a todos los que sumaron voz, talento, experiencias y críticas a estos proyectos, todos son susceptibles de mejora, indudablemente. A los estudiantes que llegaron al final y que entregaron todo, mi más sincero reconocimiento a su esfuerzo y compromiso.
Mantengo la idea, estoy convencido que hacen falta buenos arquitectos pero sobre todo, mejores ciudadanos. Ojalá esta experiencia sea un parteaguas y contagie este espíritu a más instituciones académicas. No lo dudo: ejercicios como éste contribuyen de forma real en la formación académica. A todos nos hace bien esforzarnos visibilizar a las personas mucho antes que a la arquitectura.
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