Por Marcos Betanzos @MBetanzos
Entendido el tamaño del arquitecto y su obra, sabemos bien que, Don Pedro le hacía justicia a cada palabra. Su visión era la de un México en el futuro, vigente en todo momento con grandes empresas por desarrollar, con obras en constante producción… con una sociedad al nivel de ese deseo.
Recientemente he oído en varias ocasiones la exigencia por definir la ciudad que queremos para el futuro, y en ese escenario imaginario la vemos sustentable, incluyente, socialmente justa, verde, saludable, genéricamente equilibrada, compacta, transparente… un paraíso. ¿Por dónde inicia el camino a la tierra prometida?
Antanas Mockus, ex alcalde de Bogotá decía que la ciudad ya no es un lujo, es un futuro ineludible. Decía también, que la ciudad se las arregla para lograr asombrosos niveles de cooperación y coordinación para resolver problemas pero advertía tres amenazas de toda acción colectiva: la primera, el pesimismo inmovilizador (nadie va a cooperar porque todos van a esperar que sea el otro que comience); la segunda, el oportunismo (los gorrones se van aprovechar del esfuerzo de los otros para obtener acceso a bienes comunes producidos sin haber participado en su producción); y tercera, el temor a depender excesivamente del otro (se nos volverá imposible vivir sin su cooperación).
Agregaría un punto adicional esta tercia previa que no tiene desperdicio. El cuarto para mí sería la renuencia ciudadana ante la constante transformación, esa poca resistencia al cambio permanente que está implícito en las cosas obvias, las que afectan nuestra rutina diaria, las que implican modificar conductas adquiridas, las que exigen ejercer un derecho o una responsabilidad cívica, corregir acciones inadecuadas ya normalizadas, adaptarse a la constante transformación. No entender que todo acercamiento para el futuro es un proceso constante de ensayo y error, de persecución infinita donde hay muy poco margen para la certeza.
Y es que si bien es cierto que al hablar de intervenir, planear o transformar la ciudad es mejor esperar lo perfecto, lo que resulta bueno, también es motivo de reconocimiento. De este modo, querer vivir en una ciudad del futuro o intentar posicionar el andamio para llegar a ella, exige tener en mente que estaremos en obra constante, inmersos en un proceso abierto de construcción donde todos debemos compartir las implicaciones que exige el desafío de imaginar el modelo de ciudad que queremos. La parálisis no ayuda, el pesimismo no contribuye, la dependencia no paga. Pensar más allá…
Diría Juan Villoro: representar ciudades desde la ficción obliga a dotarlas de una lógica, a crear relatos que permitan habitarlas. ¿En dónde inicia ese relato para la ciudad del futuro?
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