Por Marcos Betanzos
@MBetanzos
No es para menos el júbilo por concretar (en todas sus fases) estos certámenes donde instituciones gremiales, delegaciones políticas y secretarías del gobierno de la Ciudad de México se involucraron a la par de comités ciudadanos, comités científicos y especialistas de diversas disciplinas para escoger la propuesta ganadora. Mención aparte requiere el trabajo de colegas que muy puntualmente se han comprometido con la agenda del concurso público, su labor es aplaudible y merece un amplio reconocimiento. Qué decir del nivel de compromiso de las propuestas que se presentan: hay algo positivo en estas inercias donde la participación abierta se vuelve un común denominador. Sin embargo, no dejo de pensar que es necesario que ese optimismo que se respira se mantenga en equilibrio, para tratar de alcanzar otro objetivo superior: depurar las reglas del juego.
Sobre esto último me refiero a replantear cómo y qué elementos son considerados para acceder a la participación de tales concursos, qué responsabilidad adquieren los concursantes y los equipos ganadores con su propuesta, bajo qué condiciones los respaldan las instituciones gremiales y a qué se obligan las dependencias a cargo para respetar lo proyectado, cuidar el erario público tanto como las zonas de intervención y finalmente –para mí, de suma importancia- acotar qué responsabilidades adquieren, quienes en su papel como jurado calificado (y calificador) deciden a juicio profesional el proyecto ganador. ¿Acaso no comparten una responsabilidad ineludible aquellos que validan que algo es lo mejor para la ciudad? Por supuesto, pienso yo.
Así, un concurso además de ser una práctica democrática sería un instrumento aún más confiable donde el autor no llegaría solo, cargando sobre sí el peso de una idea poética o un concepto potente, o un planteamiento contundente (lo que eso signifique), sino que compartiría con sus pares la validación de una idea que, teniendo como telón de fondo el espacio público de la ciudad, nos compete a todos. Habrá que ver si esta idea de generar corresponsabilidad puede echar raíz, de otra forma ser jurado y repetir una y otra vez este papel, es garantizar que la obsolescencia del formato y la formulación de bases y concursos sea además de arcaica, una prematura muerte para la balbuceante cultura democrática en nuestra profesión. La repetición de resultados ya es un síntoma de ello, acusa que algo ya es obsoleto desde su origen. Para mí es claro, cabe la posibilidad de construir el andamiaje para que el jurado se comprometa y adquiera responsabilidades sobre su fallo, sería bastante sano equilibrar los delirios de poder que pueden surgir cuando ser intocable es una garantía. Expandir tales responsabilidades cuando se han realizado los ejercicios mencionados, todos libres de controversias, es prometedor.
Llegamos al fin del año y agradezco a los que me acompañaron una vez más en este espacio: ¡A todos muchas gracias y felices fiestas!
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