Por Alejandro Hernández Gálvez @otrootroblog
El jardín de Elizabeth Street se encuentra en una zona
hoy llena de tiendas y restaurantes de lujo y galerías de arte y a una cuadra
del New Museum. Este año el Departamento de Preservación y Desarrollo de la
Vivienda de Nueva York, anunció planes para construir en ese sitio un edificio
de seis niveles con de 60 a 75 unidades de vivienda accesible para ancianos. El
jardín no es oficialmente parte del sistema de parques, jardines y espacios
abiertos de la ciudad de Nueva York, por lo que técnicamente el gobierno puede
construir ahí lo que propone pues, además, es el único espacio libre de que
dispone para hacer vivienda de interés social. Sin embargo, los vecinos se
oponen a que el parque desaparezca. En principio, podría parecer otro caso típico
del fenómeno NIMBY: not in my back yard, pero
los vecinos no se oponen al hecho de que se construya vivienda social accesible
para ancianos sino de que para hacerlo haya que desaparecer el jardín. Además
suman otros argumentos: que los procedimientos para decidir esa propuesta no
fueron públicos ni abiertos a la participación y que, al construir 60 o 75
unidades de vivienda no se resolvería un problema mucho más grave sino que sólo
sería una medida paliativa con la que se obtendrían pocas unidades a cambio de
perder un espacio abierto.
El Parque Cholula es una manzana de forma triangular de
poco menos de 2400 metros cuadrados en la colonia Hipódromo, de la delegación
Cuauhtémoc, en la ciudad de México. En el parque hay una zona donde se
encuentra una subestación eléctrica abandonada desde hace varios años. Ahí, el
gobierno de la ciudad autorizó la construcción de un centro cultural, el Foro
Shakespeare, una Asociación Civil, sin fines de lucro, que desde hace más de 30
años renta una casa no lejos de donde se encuentra el parque. Los dueños de la
casa decidieron ya no renovar el contrato y el Foro Shakespeare pidió apoyo al
gobierno de la ciudad, quienes pensaron en usar la subestación del Parque
Cholula. Pero olvidaron dos cosas. Primero, que en esa colonia el Plan Parcial
de Desarrollo Urbano prohibe en espacios abiertos, como el Parque Cholula,
construir, entre muchas otras cosas, centros culturales o teatros; y, segundo,
que los vecinos de la zona llevaban varios meses trabajando en un proyecto de remozamiento
con fondos públicos correspondientes al uso de parquímetros en la zona. Los dos
planes, el centro cultural autorizado por el gobierno de la ciudad donde no
está permitido construirlo y las mejoras al parque propuestas por los vecinos
terminaron estorbándose uno a otro.
Al borde de la Glorieta de Insurgentes hay dos espacios
que la avenida Chapultepec deja libres al hacerse subterránea. Uno está
ocupado, indebidamente, como estacionamiento para patrullas de la Secretaría de
Protección y fue donde el gobierno de la ciudad propuso construir un centro
comercial como parte del absurdo proyecto que llamaron Corredor
Cultural Chapultepec y que fue rechazado por vecinos no sólo de esa
zona sino de otras partes de la ciudad que, por un momento al menos, trabajaron
juntos para decir ¡Así no!, frase de la
campaña que emprendieron contra aquella propuesta, rechazada en una consulta el
6 de diciembre del 2015. El otro espacio se ocupaba como espacio deportivo por
jóvenes no sólo de la zona sino, también, de otras partes de la ciudad. Demián
Reyes cuanta que a finales de febrero del 2016, maquinaria y trabajadores del
Gobierno del ex Distrito Federal entraron al parque para intentar demolerlo e
iniciar una remodelación que era financiada
como por el Corporativo Inmobiliario Redondel, construido
a unos metros. En una gran manta se leía:
Remodelación y
mejoramiento del módulo deportivo. Creación de áreas de descanso familiares,
mejoramiento de las canchas deportivas. Creación y mejoramiento de áreas
verdes. Instalación de rampas para personas con necesidades especiales.
Señalización y cruces seguros.
Firmaba la Delegación Cuauhtémoc: trabajando
para beneficio de la comunidad. Los vecinos de la zona se opusieron
y clausuraron las obras. ¿Por qué oponerse a dichas mejoras? No conocían el
plan, que había sido elaborado sin su participación y era más que probable que
la limpieza de ese espacio tuviera como
objetivo primordial, si no es que único, dotar al nuevo edificio corporativo de
una bella plaza de acceso, sin pensar
realmente en los usuarios y vecinos. Reyes cuenta cómo, sin el apoyo de ninguna
instancia de gobierno pero con la asesoría de académicos de la Universidad
Nacional Autónoma de México, de la Autónoma Metropolitana y del Vivero de
Iniciativas Ciudadanas, los vecinos iniciaron un proceso de participación,
largo, complejo y vital, para definir el diseño del parque deportivo
Niza-Chapultepc. Juntos realizaron análisis, mesas de trabajo, discusiones y
foros y produjeron un documento, con mucha más información de aquella con la
que el gobierno de la ciudad pretendía iniciar la remodelación,
que entregaron a las autoridades de la delegación y de la ciudad el
28 de julio (http://rupturacolectiva.com/el-proceso-participativo-en-el-parque-niza-chapultepec-sigue-de-pie/)
El jardín en Nueva York y los dos parques en la ciudad de
México muestran varias cosas. Primero, que en la ciudad, y no sólo en el
espacio público, no hay prácticamente nada que se pueda hacer hoy sin que
existan conflictos de interés. Los vecinos
quieren, en estos casos, sus jardines y sus parques; los funcionaros buscan
construir vivienda accesible para ancianos o un centro cultural o simplemente
arreglar el espacio público en beneficio aparente de un inversionista y, de
paso, no tan claramente, del resto de la ciudad. En los tres casos parece que
el interés común no es tan fácil de construir
o que incluso es imposible lograr un consenso. En los tres casos los vecinos se
quejan de una imposición desde arriba y de un
desconocimiento de las condiciones locales: jamás fueron tomados en cuenta sus
deseos ni sus necesidades. Tanto en Nueva York como en México, los vecinos
acusan, además, un desequilibrio de fuerzas por la influencia de ciertos
actores políticos o económicos en la toma de decisiones. En los tres casos se
manifiestan conflictos entre distintas comunidades: los que ahí viven, los que
ahí trabajan, los que van de paso y, del otro lado, los funcionarios de la ciudad
y los posibles inversionistas. Y en los tres casos se muestra, también, la
voluntad y capacidad de los vecinos no sólo de rechazar propuestas sino para
trabajar en construir las propias. Voluntad y capacidad que casi siempre choca
o con la poca voluntad o la incapacidad de funcionarios e inversionistas de
entrar en procesos que son largos, complejos y que no necesariamente garantizan
que todos obtengan lo que buscan: a veces será imposible que el parque y el
edificio ocupen el mismo espacio. La ilusión del consenso es algo con lo que
hay que terminar antes de iniciar cualquier
proceso de participación, que también exige entender que no se reduce a una
consulta, a un sí o un no
de los involucrados una vez que se han tomado todas las decisiones.
En muchos casos a los vecinos se les reclama que actúan sólo
por sus propios intereses —el NIMBY—, como si debiéramos esperar de ellos
sólo actos de bondad infinita y desinteresada e imaginar que los otros, el que
busca una casa accesible o construir un centro cultural o mejorar la entrada de
su edificio, no trabajan, también, por sus propios intereses.
La ciudad, cada vez más, nos presenta casos como estos,
donde los procesos democráticos son puestos
en juego y a prueba a ras de suelo, en la banqueta y en la plaza, en foros
públicos en los que, insisto, el interés común no es siempre común de principio, sino que debe construirse
pacientemente, atendiendo a voces muchas veces discordantes y entendiendo que
el todos ganamos no se da generalmente así de
fácil. Por supuesto, esa manera de construir la ciudad, que siempre ha estado
presente, puede chocar con la visión efectista de ciertos funcionarios y con
las prisas en la búsqueda de ganancia rápida, sea de capital “político” o financiero. Pero si la pregunta es cómo se construye lo público, parte de la respuesta
implica con paciencia y con tiempo y
entendiendo que el poder —de decidir, de hacer y, también, de objetar— se
divide entre muchos, incluyendo, sí, a la maldita
vecinocracia (http://www.arquine.com/la-maldita-vecinocracia/).
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