Hace algunos días, se realizó el Tercer Congreso Peatonal en el
Centro Histórico de la Ciudad de México en pleno barrio de La Merced.
Por Marcos Betanzos
@MBetanzos
Realizarlo –en medio de una estructura social e institucional que funciona a partir del automóvil- puede ser considerado una proeza. Lo es, y a pesar de ello y contra todo pronóstico la iniciativa se
concretó, con incidentes de organización y logística que nunca faltan pero que
sorprenden para la cantidad de instituciones y organizaciones que, al menos en
nombre aparecen como patrocinadores y organizadores. Los que formaron parte del
evento, desde adentro, sabrán decirnos si tales frentes en realidad cumplieron
a cabalidad su función o sólo se colgaron el milagrito. Todo es posible.
De este evento, motivo de estas líneas, se desprendió una iniciativa denominada Cebreatón, la cual se estructuró a partir de la convocatoria para un concurso abierto, donde se seleccionaron como ganadores distintos diseños gráficos con la finalidad de que nueve equipos tomaran las calles de la ciudad pintado los cruces peatonales, las cebras. A la iniciativa me sumé gracias a la invitación del colega y amigo Alaín Prieto Soldevilla, quién se encargó de diseñar una propuesta denominada #Amorpeatónico y convocar con mucha paciencia a un grupo de entusiastas editores y voluntarios para intervenir el cruce de Av. Circunvalación y República de Uruguay un domingo por la mañana.
Arrancamos tarde la misión: casi tres horas después de la
hora pactada. Para comenzar con los trabajos de limpieza no contábamos con
ninguna patrulla que nos permitiera –como se prometió- cerrar la circulación
vehicular, tampoco contamos con lo mínimo indispensable para iniciar a trabajar
más allá de nuestras previsiones, sin embargo echamos mano de las personas a
nuestro alrededor –todos, comerciantes informales- quienes nos apoyaron con
escobas, cajas y cartones para iniciar las labores. Más tarde llegó la pintura
de Comex y siguieron faltando los policías de tránsito que, debido a un partido
de futbol en el estado de Ciudad Universitaria, nos informaron la poca
disponibilidad de uniformados para vigilar la iniciativa.
Debido a ello cerramos parcialmente la calle ocupando un
sólo carril, no habían pasado más de dos horas de labor cuando ya había
ocurrido un primer accidente en nuestro cruce: un choque de una camioneta con
un taxista que dio una vuelta prohibida y posteriormente, un segundo suceso aún
más grave, un atropellamiento de un ciclista. Cuando llegó, por fin la policía
de tránsito tenía mucho trabajo por resolver, y lo hizo tarde pero bien. Con su
venia cerramos totalmente la calle aunque nos advirtió que eso generaría un
conflicto mayor y que el desastre de tráfico sería fatal. La sorpresa fue mayúscula,
el apocalipsis vial que nos pronosticaba nunca sucedió, todo lo contrario al
cerrar la calle al tránsito vehicular se terminaron los problemas.
A esas horas y con el sol en pleno apogeo nos enteramos
que de los nueve cruceros que debían intervenirse no todos estaban habilitados,
que el material no había llegado, que las patrullas de tránsito brillaban por
su ausencia y que dos equipos ya habían renunciado a continuar, quedábamos
solamente siete en la faena.
Concluimos nuestra intervención -hacia las 3 de la tarde ante
los ojos expectantes de un buen número de personas que nos cuestionaban para
qué hacíamos eso, quién nos pagaba, y para qué demonios servía pintar la calle.
Hubo quien, al paso nos agradeció la intervención sin cuestionamientos ni reproches.
De todo lo vivido, eso fue de lo más grato, además –claro- del hecho de
encontrarnos, saliendo por el simple amor a la ciudad y la utopía de pensar
que, desde esa escala podemos motivar un pequeño cambio, siendo didácticos con
los nuestros, enseñándoles con el ejemplo cómo las pequeñas aportaciones no lo
son tanto, y sí, evidenciando que cuando las instituciones oficiales no tienen
voluntad de hacer las cosas, éstas pueden suceder a pesar de ellas. La calle
tiene la cualidad de comunicar y hacer visible lo que en la base burocrática se
intenta justificar por su incompetencia. La existencia futura de un cuarto
congreso es necesaria, que se continúe con esta iniciativa y que se comunique
mejor sería deseable. Hay cambios, lentos pero consistentes. Estoy convencido
que muchos voluntarios querrán formar parte de este tipo de acciones, hay que
contemplarlos.
Y sí, aunque parezca paradójico, esos dos accidentes que
vivimos tratando de evitarlos con nuestra cebra, son –en palabras de quienes lo
ven a diario- la punta de un iceberg, porque ahí al menos, según ellos, siempre
hay un atropellado al día. Ojalá pronto la cifra fuese cero en la odisea peatonal
que todos vivimos. Queda claro que en esta y muchas otras ciudades el enemigo a
vencer no sólo es el automóvil sino la falta de civismo. En eso nos pintamos
solos.
Fotografía costezia de Marcos Betanzos
*Marcos Betanzos (Ciudad de México, 1983) es arquitecto, fotógrafo y articulista independiente. Becario FONCA 2012-213 por su proyecto #BORDOS100 y miembro del Consejo Editorial de la Revista
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