Con la fortuna que implicó en años recientes posicionar el tema del espacio público en la agenda política y social de todos los actores involucrados en la gestión y la cotidianidad de la Ciudad de México, han llegado una serie de iniciativas que bajo el manto protector que ofrece la idea del bienestar común han conseguido disfrazar intereses particulares, haciendo del territorio de todos, la idea futura de convertirlo en el negocio de unos cuantos
Marcos Betanzos* @MBetanzos
Sin caer en drásticos posicionamientos de que
todo lo público es de todos y darse golpes de pecho sobre la participación de
la iniciativa privada en proyectos de carácter público, es inevitable no hacer
caso de muchas voces que se alzan para evidenciar la percepción de que la
capital del país está en oferta. Sobre esto, no son sólo los políticos los que
deben de recibir los comentarios y reproches que produce esa percepción
–fundamentada o no-, ni tampoco la exclusividad del linchamiento debe recaer en
los autores, arquitectos que aparecen, cada vez con más frecuencia con ideas
para la ciudad que son aceptadas por servidores públicos por “oportunas” y que
se validan con celeridad en medio de procesos absolutamente opacos. Es decir,
en medio de la cotidianidad de nuestro gremio, y también de la atmosfera
política.No hay muchas voces que desde el gremio de los arquitectos atinen a lanzar un mensaje de congruencia, transparencia y certeza en los procesos de adjudicación de obra pública. La autoridad sabe que nuestra principal carencia no está en el orden de las ideas, sino en el orden de la congruencia. Y desde el gremio, sabemos que son –otra vez- sólo unos pocos los que estarían dispuestos a cuestionar directamente a la autoridad sin temor a perder el contrato en turno o la adjudicación que ya se cocina en una oficina igual de opaca. A los pocos que se atreven se les corta la cabeza juzgándolos absurdamente por no proponer o calcificándolos como incendiarios radicales, obtusos o ilusos, ya sabemos que esta práctica es deporte nacional. En medio queda el universo de los prudentes, los observadores y los indiferentes quienes a veces opinan comprometiéndose a no causar aspavientos o quienes con su ligereza sólo pretenden visibilidad. Lo superfluo es mayoría.
Por ello cuestionar
un proyecto y erigir una plataforma de debate no debe ser un punto de acuerdo
que se limite a un tema en específico, por el contrario esta coyuntura debería
ser el pretexto para revisar cada componente de este andamiaje de favores, impunidades
y adjudicaciones. Si no hay la mínima intensión o recato por parte del gremio
de hacer una autocrítica y una revisión al interior de lo que se está o no
haciendo como parte de las reglas del juego, no es comprensible que se exija a
la autoridad algo de lo cual se carece. Es justo ahí donde está el
debilitamiento más preciso de todos los argumentos mejor planteados a nivel
disciplinario y de ciudadanía. La autoridad y un buen sector del gremio
pregunta: ¿con qué cara hablamos de trasparencia, congruencia o democracia?
¿Por qué nos indigna tanto la obra de un autor pero no la de tantos otros?
Mientras tanto, por otro lado, los arquitectos linchados, ya están
acostumbrados a ese golpeteo, se han entrenado para eso y no sucumben, no viven
del posicionamiento moral de la audiencia, viven de los negocios. Así de fácil.
Y hacer negocios en la mayoría de los casos no siempre es ilegal, quizá desde
la ética o la moral, incorrecto pero nada más.
El discurso debe cambiar para que una causa justa se perciba como una inconformidad objetiva y sólida pero el discurso no se construye solo, lo hace el emisor, lo hacemos nosotros. Este debate reciente sobre Av. Chapultepec deberá servir más que para frenar otra absurda ocurrencia, para cuestionarnos lo oportuno que puede ser el revisar los procesos y métodos con los cuales los arquitectos ganan contratos e intervienen el espacio público sin tener un proyecto claro para el futuro de la ciudad.
Es cierto que no hay necesidad de linchar a nadie, porque después de todo es muy probable que la mayoría no quiera dejar ir sus privilegios que tienen hoy para quejarse amargamente el día de mañana de que la autoridad, la misma con la cual pactaron no acató ni respetó su trabajo. Lamentos de risa para nadadores profesionales de agua turbia.
Sin rigor pocas cosas se moverán del lugar en dónde por años las hemos posicionado.
Los dueños de INVEX = a Liverpool están a un paso de ser gente respetable a convertirse en ratas de 2 patas, de la misma calaña que Mancera, que vende la vía pública en combinación con ambos el judío Simón Levy, merolico del siglo XXI a sueldo de los Barcelonetes. Que necesidad de quemarse ellos y sus familias que gozan de una posición y reconocimiento social difíciles de equiparar. Les ganó la ambición: una "concesión a 40 años" pagando solo el 5% de sus ingresos a la Cd como renta. Así nos vamos a quedar sin calles, sin parques, ladrones de cuello blanco!!! recapaciten porque se los vamos a bloquear aunque ganen su "elección" y nadie les va rentar ni a comprar un cacahuate ahí. Su desprestigio solo crecerá. De aprobarse el citado Corredor voy a retirar mis inversiones de Invex además de cancelar mi tarjeta Liverpool. Me voy a convertir en "totalmente Costco" como dice mi madre, ahora que supo que "el otro" compró el premio Belisario Domínguez. Unos comprando a políticos para que les cedan la calle para poner sus centros comerciales y el otro comprando reconocimientos (devaluando ese premio en picada)
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