Columna de verano
Como quizás recuerde el lector de Con Perspectiva, el
tiempo de verano para el que escribe está destinado para redoblar esfuerzos ─vía
concursos de arquitectura o proyectos especiales en los que combinamos práctica
profesional y académica paralelamente─, concursos para el Museo de Historia de Polonia
en Varsovia, para el Museo de Arte en New Taipei City, en 2011, el concurso
para el Memorial de las Víctimas de la Violencia, en 2012, el proyecto del plan
maestro para un nuevo Campus de la Universidad de Panamá, en el 2013
(presentado exitosa y directamente en Panamá el año pasado), que nos llevó
finalmente a dedicar el verano en curso a la elaboración ─o mejor, quizás─ al
re-pensamiento de un Plan Maestro para la Universidad Anáhuac campus México Sur,
que actualmente me ocupa junto con una selección de alumnos de la Escuela de
Arquitectura; la arquitectura “universitaria” se nos presenta por segundo año
consecutivo como oportunidad de aplicar la reflexión.
Independientemente de los edificios que
pueden integrar cualquier plan maestro de un complejo universitario, los
programas arquitectónicos responden a planes de estudio de cierta manera y
quizás en mayor medida a un panorama incierto en términos de cómo deberán ser
los espacios donde se formarán los profesionales del futuro; ¿Es un tema de
pedagogía?, ¿de forma?, ¿de mobiliario?, ¿de escala?, ¿de híper conectividad? Muchos
coincidimos, por ejemplo, que un Starbucks puede ser un lugar ideal para
estudiar, o que la oferta de una formación integral (término muy desgastado
pero acaso el mayor compromiso de las universidades católicas por lo menos)
demanda diversidad de espacios novedosos (think labs o fabs, o “what-ever-you-name-it”
rooms), además de los tradicionales espacios deportivos o culturales.
En cualquier caso, la experiencia exige
desmenuzar las exigencias temporales; WiFi, proyectores, pantallas y todo
aquello que modifica la tendencia de lo construible “en línea”, de las
exigencias…atemporales. Lugares de encuentro, atrios o jardines (en una
relativa ambición humanizadora, si se quiere).
Exigencias de espacio ─esenciales,
atemporales y fundamentales─, entre muchas otros quizás, sean la accesibilidad,
la sostenibilidad y el medio ambiente.
Estos términos no constituyen etiquetas que
atienden a modas o a períodos históricos como modernidad, minimalismo o
deconstructivismo. Se trata de una toma de conciencia o de “caída del veinte” ─así
lo entiendo y lo expreso reiterativamente─ más o menos reciente del ser humano
(segunda mitad del siglo XX). Hablar de accesibilidad es hablar de inclusión y
de un derecho fundamental para todas las personas ─no sólo discapacitadas─ en
tanto habitamos nuestro planeta: poder movernos con libertad en cualquier
lugar, hacer uso de cualquier objeto, espacio físico o cualquier servicio,
inclusive. Ingresar, transitar, permanecer en un lugar con seguridad, con
comodidad y con autonomía. Responsablemente se trata de una cualidad inherente
a lo habitable; lo habitable es accesible, en principio, aunque no siempre y no
para todos, desafortunadamente.
Hace pocos años el arquitecto norteamericano
Michael Graves ─famoso protagonista del movimiento postmoderno─ sufrió una
extraña enfermedad que debilitó su cuerpo quedando en silla de ruedas de un día
para otro. A partir de su experiencia se dedicó a diseñar con gran éxito
habitaciones de hospitales y mobiliario mucho más adecuado para las personas
con movilidad limitada. Su caso ilustra la necesidad de un enfoque mucho más
sensible ¡simplemente en la infraestructura para la salud! Sólo un dolor de
espalda o una fractura, aunque sea menor, es suficiente para “experimentar” la
necesidad de lo accesible; no hay que estar en silla de ruedas, cualquier mamá
(o papá) con su carriola se dará cuenta inmediatamente de la importancia de la
accesibilidad.
En lo personal, adquirí esa conciencia hace
varios años cuando conocí al arquitecto Antonio Uvalle, quien en plena carrera
de arquitectura sufrió un accidente que le dejó sin poder caminar por el resto
de su vida. Desde entonces, le tenemos presente en todos los proyectos que
hacemos y su gran ejemplo de vida nos ha enseñado a entender la accesibilidad
mucho más allá del simple cumplimiento de algunas normas elementales. Así,
desde nuestra Escuela de Arquitectura promovemos el hábito de proyectar
cualquier espacio con “diseño universal” sostenidamente, no sólo como un valor
agregado de la arquitectura que produciremos sino como una práctica
indispensable en la formación integral de nuestros alumnos.
Jorge Vázquez del
Mercado*
(Ciudad de México, 1964).
Es arquitecto y director de la Escuela de Arquitectura de
la Universidad Anáhuac México Sur, Ciudad de México. Actualmente realiza el
Doctorado en Ingeniería Ambiental en la misma Universidad.
Independientemente de los edificios que
pueden integrar cualquier plan maestro de un complejo universitario, los
programas arquitectónicos responden a planes de estudio de cierta manera y
quizás en mayor medida a un panorama incierto en términos de cómo deberán ser
los espacios donde se formarán los profesionales del futuro; ¿Es un tema de
pedagogía?, ¿de forma?, ¿de mobiliario?, ¿de escala?, ¿de híper conectividad? Muchos
coincidimos, por ejemplo, que un Starbucks puede ser un lugar ideal para
estudiar, o que la oferta de una formación integral (término muy desgastado
pero acaso el mayor compromiso de las universidades católicas por lo menos)
demanda diversidad de espacios novedosos (think labs o fabs, o “what-ever-you-name-it”
rooms), además de los tradicionales espacios deportivos o culturales.
En cualquier caso, la experiencia exige
desmenuzar las exigencias temporales; WiFi, proyectores, pantallas y todo
aquello que modifica la tendencia de lo construible “en línea”, de las
exigencias…atemporales. Lugares de encuentro, atrios o jardines (en una
relativa ambición humanizadora, si se quiere).
Estos términos no constituyen etiquetas que
atienden a modas o a períodos históricos como modernidad, minimalismo o
deconstructivismo. Se trata de una toma de conciencia o de “caída del veinte” ─así
lo entiendo y lo expreso reiterativamente─ más o menos reciente del ser humano
(segunda mitad del siglo XX). Hablar de accesibilidad es hablar de inclusión y
de un derecho fundamental para todas las personas ─no sólo discapacitadas─ en
tanto habitamos nuestro planeta: poder movernos con libertad en cualquier
lugar, hacer uso de cualquier objeto, espacio físico o cualquier servicio,
inclusive. Ingresar, transitar, permanecer en un lugar con seguridad, con
comodidad y con autonomía. Responsablemente se trata de una cualidad inherente
a lo habitable; lo habitable es accesible, en principio, aunque no siempre y no
para todos, desafortunadamente.
Hace pocos años el arquitecto norteamericano
Michael Graves ─famoso protagonista del movimiento postmoderno─ sufrió una
extraña enfermedad que debilitó su cuerpo quedando en silla de ruedas de un día
para otro. A partir de su experiencia se dedicó a diseñar con gran éxito
habitaciones de hospitales y mobiliario mucho más adecuado para las personas
con movilidad limitada. Su caso ilustra la necesidad de un enfoque mucho más
sensible ¡simplemente en la infraestructura para la salud! Sólo un dolor de
espalda o una fractura, aunque sea menor, es suficiente para “experimentar” la
necesidad de lo accesible; no hay que estar en silla de ruedas, cualquier mamá
(o papá) con su carriola se dará cuenta inmediatamente de la importancia de la
accesibilidad.
En lo personal, adquirí esa conciencia hace
varios años cuando conocí al arquitecto Antonio Uvalle, quien en plena carrera
de arquitectura sufrió un accidente que le dejó sin poder caminar por el resto
de su vida. Desde entonces, le tenemos presente en todos los proyectos que
hacemos y su gran ejemplo de vida nos ha enseñado a entender la accesibilidad
mucho más allá del simple cumplimiento de algunas normas elementales. Así,
desde nuestra Escuela de Arquitectura promovemos el hábito de proyectar
cualquier espacio con “diseño universal” sostenidamente, no sólo como un valor
agregado de la arquitectura que produciremos sino como una práctica
indispensable en la formación integral de nuestros alumnos.
Jorge Vázquez del
Mercado*
(Ciudad de México, 1964).
Es arquitecto y director de la Escuela de Arquitectura de
la Universidad Anáhuac México Sur, Ciudad de México. Actualmente realiza el
Doctorado en Ingeniería Ambiental en la misma Universidad.
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