¿Hay algo qué celebrar?
El cine nacional y la cultura popular durante décadas ha hecho del trabajo del
albañil un cliché que parece imposible de superar: el albur, la bebida, el
juego, la ignorancia, el valemadrismo y otros elementos más, casi siempre
negativos que se manifiestan para dar un rostro colectivo a ese grupo social
que es la mano de obra de la industria de la construcción.
En ellos se encuentran los desplazados, los que
siempre han quedado al borde del progreso social y los que difícilmente tienen
acceso a oportunidades que son deudas históricas, asignaturas pendientes que
parecen atribuciones comunes para su forma de vida pero que no siempre lo son.
Perceptible o no, quien ha estado en una obra puede acceder a esa otra realidad
que implica beber refresco de cola durante toda la jornada y comer dos bolillos
con algún alimento en su interior a la hora de la comida. Desplazarse horas con
herramientas, esperar el sábado formado bajo el sol para una paga que nunca
alcanza, acicalarse ritualmente antes de volver a la calle… y celebrar una vez
al año con una comida, unas cervezas y una cruz ornamentada, algo que algunos
han dicho que es su día. La festividad con cualidades narcóticas, por un día puede
ponerle máscara a la desigualdad y al trato incisivo al que son sometidos
cotidianamente.
La camaradería distingue el ambiente de su
trabajo, tanto como las historias de migrantes de tercera o segunda generación
que llegaron a la ciudad con aspiraciones de un futuro mejor y que día tras día
cimentaron sin querer la colección de sueños que nunca dejarán de serlo. Los
albañiles edifican fantasías que nunca habitarán, así mismo, consiguen
habilidades y destrezas para erigir edificios que nunca podrán recorrer o estructuras
que jamás podrán calcular. La ciudad que ellos construyen es la misma que
constantemente los rechaza y les demuestra su repudio, una ingrata relación
entre padres e hijos bastardos.
Todo parece subjetivo hasta aquí, sin embargo y
tomando las medidas de precaución convenientes, hace unos días con motivo de la
celebración mencionada, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía
(INEGI), dio a conocer algunos números que reducen el margen de maniobra para
la evasión de esta realidad, en su informe se detalla que, de los 2 millones
419 mil 203 personas que se dedican a la albañilería en México, 73.6% gana hasta tres salarios mínimos al día;
99.6% son hombres y 0.4% son mujeres;
86% de los albañiles carece de prestaciones sociales y 89.3% no tiene acceso a las instituciones de salud
como beneficio de su actividad laboral; sus jornadas laborales oscilan entre
las 45 y 48 horas a la semana; 5.5% del total tiene algún grado aprobado de
primaria, 36.8% algún nivel de escolaridad secundaria y 11.8% posee educación
media superior y superior; su promedio de edad es de 37 años y 85 de cada 100
trabajan en el sector de la vivienda de manera informal.
¿Hay algo qué celebrarle a estos trabajadores
que cada que pueden parecen manifestarse en contra de las leyes de la física o
será oportuno revisar los números que arroja una industria que parece no
titubear frente a esquemas laborales que coquetean con la explotación que
justifica la necesidad de subsistir? No es fortuito que 85 de cada 100
prefieran trabajar de manera informal, por su cuenta, sin derechos están en
ambos lados pero “por la libre” la exigencia es personal, nada de
jaloneos.
Quizá para revertir los números, sea necesario
al mismo tiempo reducir los kilos de carnitas y los litros de cerveza que dan
muestra de la bondad desmedida del patrón cada 3 de mayo, y pensar que se puede
comer dignamente todos los días no solamente uno.
Marcos Betanzos (Ciudad
de México, 1983) es arquitecto, fotógrafo y articulista independiente. Becario
FONCA 2012-213 por su proyecto #BORDOS100 y miembro del Consejo Editorial de la
Revista
Relación de imágenes.
Todas: Autor Marcos Betanzos
De la serie: Trabajadores Cósmicos 2012-A la
fecha
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