Relato sobre el concurso del Zócalo
Por: Jorge Vázquez del Mercado* @JorgeVdM_Arq
Hace
unos 20 años mi oficina estuvo en Avenida Ejército Nacional; era más bien “fea”
(ni modo, así empezábamos) aunque tenía buena vista por encontrarse en el piso
nueve de un edificio con más pena que gloria, cerca del Club Mundet. Subdividida
en tres, la compartía con mi amigo el arquitecto Juan Carlos Olávarri, gracias
a una invitación que a él le hiciera Don José Luis García, un Señor (con
mayúscula) español, originario de la ciudad de Gijón, que trabajaba también
allí independientemente como comisionista.
La oficina de Don José Luis (mucho mayor que nosotros) estaba justo frente a la mía y eventualmente nos deteníamos a platicar de cualquier cosa. “Os veo muy entusiasmados, en qué trabajáis ahora”, me preguntó un día a finales de 1998. Estamos participando en el concurso para la rehabilitación del Zócalo, le dije. “¿¡Y qué haréis!?”…No sabemos aún, pero pensamos en algo que la gente considere como propio…siempre me he quejado de la ciudad y sus gobiernos pero este concurso se me presenta como una oportunidad de decir algo positivo, de hacer algo como arquitecto además de criticar, que es demasiado fácil…
Las
bases del concurso estaban bien en términos generales, impresas en un documento
razonablemente bien editado, con tiempos cortos pero con datos y objetivos muy
claros, anonimato garantizado, un jurado de primera conformado por arquitectos
mexicanos de renombre –Carlos Ortega, Félix Sánchez y Eduardo Terrazas- y los
extranjeros –Fumihiko Maki, Manuel DaCosta-Loboy Rogelio Salmona- también de
gran renombre, además de buenos premios a los tres primeros lugares (incluyendo
la contratación al primer lugar) con menciones honoríficas al resto de los 15
finalistas…y como muchos arquitectos mexicanos (fue un concurso nacional en dos
etapas), participé con gran entusiasmo. (En el proceso visité la Plaza de la
Constitución más de 40 veces acumulando muchísimas anécdotas memorables, magníficos
recuerdos con el arquitecto Luis Bernal que colaboraba conmigo, y sobre todo
gran “familiarización” con la Plaza Mayor).
Como
a los 10 días se presentó don José Luis a mi lugar de trabajo y me dijo: “ya sé
lo que tenéis que hacer en el Zócalo para ganar el primer lugar del concurso:
una piñata gigantesca”. Me explicó su concepto con vehemencia argumentando que
en los más de 40 años de su llegada a México, había constatado que las piñatas
nos gustan a todos los mexicanos, además de que en el mundo entero se
(re)conocen por sus colores y por nuestro carácter festivo; gran símbolo
nacional que a nadie se le ocurrirá… Aunque pareciera una broma, consideramos
valiosa su idea si la lográbamos absorber en el contexto de nuestras ideas, y
ahora desde el recuerdo nostálgico, confirmo que sigue siendo sumamente vigente
en un ámbito sociológico que siempre me ha interesado mayormente: cómo nos
apropiamos de un espacio público impuesto desde el empoderamiento de la
autoridad.
El
reciente anuncio de la Remodelación del Zócalo por parte del Jefe de Gobierno
del DF no da ni el menor acuse de recibo del histórico concurso, parcial y
anecdóticamente contextualizado arriba. Recuerdo que la politización del atrio
de la Catedral o quizás una posición muy conservadora del primer Jefe de Gobierno
del Distrito Federal, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas –quien nos premió en
Bellas Artes a ganadores y finalistas- “atoraron” la ejecución del proyecto
ejecutivo adjudicado al ganador del Concurso, un amplio equipo encabezado por
los arquitectos Ernesto Betancourt, Cecilia Cortés y Juan Carlos Tello.
Desde
mi perspectiva como participante, el concurso fue fallado con aguda precisión;
no debió haber sido fácil decidir entre las diversas bondades y aciertos que
tuvieron muchos de los proyectos presentados en la competencia -estrategias
urbanas, jacarandas, espejos de agua, la urgente peatonalización de la plaza o
todo el tema del Templo Mayor, también motivo del citado caso- y por ello
desconcierta el silencio sonadamente. Apoyar la cultura de los concursos
implica el respeto a un proceso que inicia públicamente con una convocatoria,
hasta la culminación de la obra terminada. Aquí tienen una invaluable
oportunidad que bien vale la pena considerar. ¿Por qué no?
Jorge Vázquez del
Mercado*
(Ciudad de México, 1964) Es arquitecto y
director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Anáhuac México Sur,
Ciudad de México. Actualmente realiza el Doctorado en Ingeniería Ambiental en
la misma universidad.
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