Por: Marcos Betanzos*
“No puede existir una ciudad fuera de la sociedad. Y
la ciudad de México va a reproducir sus propios espacios, que son finalmente el
resultado de la estructura social o económica que adquiere o que le hemos dado”.
Dr. Jorge Legorreta Ordorica.
La región lacustre de Xochimilco y Tláhuac en la Ciudad de México es indudablemente mucho más que la mejor zona yuppie para enfiestarse y vivir excesos de toda índole.
La región lacustre de Xochimilco y Tláhuac en la Ciudad de México es indudablemente mucho más que la mejor zona yuppie para enfiestarse y vivir excesos de toda índole.
Mucho más que la estúpida afirmación de nombrarla la
“Venecia mexicana”; zona de navegación donde las reglas sirven de adorno, donde
la historia parece una referencia irrelevante. Detrás de esa imagen consolidada
y reducida a puro turismo, folclor y cliché, donde cualquier persona puede
hacer prácticamente lo que le venga en gana, existe la resistencia feroz por
combatir la inminente urbanización depredadora y una buena lección de
sustentabilidad que se aleja de la exaltación y el rumiar constante del término
para fines comerciales.
Ahí se encuentran cinco pueblos de inmenso valor
cultural, ecológico, histórico y muchos más adjetivos que les quedan, todos
ellos cortos. San Gregorio, Xochimilco, Atlapulco, San Luis Tlaxialtemalco,
Tláhuac y Mixquic: 25 kilómetros cuadrados de chinampas y más de 150 kilómetros
de canales que en conjunto, consolidan una de las zonas agrícolas más
productivas del Valle de México, quizá la más valiosa, también la más amenazada
y sentenciada a sucumbir o desaparecer en menos de cinco décadas si no se
estructura algún cambio estratégico en ella. ¿Más de 1000 años de antigüedad de
un sistema equilibrado de vida pueden desvanecerse sin la menor indignación?
Imperceptible parece la producción de lechuga, verdolaga,
maíz, col, rábano, espinaca, calabaza, nopal, que ahí se da. Poco se dice sobre
la posibilidad de reducir la dependencia alimentaria de toda la zona metropolitana
del Valle de México si la capacidad productiva de estas tierras se detonara.
Así, la presencia de todos los productores de la zona, no ha pasado la frontera
de significar solamente cifras para una estadística oficial enfocada a
justificar las acciones de “preservación” del territorio lacustre como si de un
campo de contemplación o un parque de diversiones se tratara.
Los habitantes se aferran a mantener sus sistemas de
manutención que han conservado por tradición, por herencia, por amor a la
tierra. Un sentimiento que evidencia su arraigo, identidad y pertenencia a un
lugar poseedor de una profunda historia. Si bien es cierto que la adversidad
los ha fortalecido, es indiscutible que no podrán resistir por siempre. Muchos
de ellos han renunciado ya a la incertidumbre, sucumbiendo ante la indiferencia
de propios y extraños: sus tierras las han vendido para comenzar así una
transformación de grave impacto ambiental donde los terrenos de vocación
agrícola adquieren un lamentable destino al dotarlos de usos urbanos.
Y con la llegada de la estación terminal de la línea 12 del
Metro dentro de terrenos agrícolas, se apuntaló un futuro colmado de
especulación inmobiliaria carente de límites. Llegará la infraestructura que
divide territorios, mientras los pobladores seguirán en busca de oportunidades
que les garanticen un desarrollo holístico justo, sin concesiones. Y así, poco
a poco se conseguirá que todo este sistema milenario desaparezca. Hace menos de
500 años la superficie de lagos alcanzaba los 350 kilómetros cuadrados; entre
canales y apantles la extensión rondaba los 750 kilómetros y se cultivaban más
de 500 kilómetros cuadrados de chinampas, según datos del Dr. Jorge Legorreta
(1948-2012). ¿Por qué tanta prisa con el proceso de devastación?
Ante la falsa y simulada sensibilidad ecológica, no puede
comprenderse tal carencia de visión y
por qué todas las propuestas para intervenir esta zona no van más allá de un saneamiento
o un “parque ecológico” que dicho sea de paso a los habitantes de la zona les
parece además de ridículo, innecesario y fuera de la realidad.
Quedan según estimaciones del Gobierno del Distrito
Federal cerca de 40,000 chinampas y casi la mitad no son productivas. Seguir
perdiendo tierra de altísimo valor histórico, ambiental, turístico, alimentario
y cultural para la sustentabilidad de la ciudad no es opción. ¿O sí?
Conocer el proceso de consolidación y producción agrícola
en chinampas, es una labor obligada. Si esto no puede considerarse
sustentabilidad pura y llana, no sé qué cosa pueda calificarse como tal. Llevar
lo rural a la ciudad y detener el procedimiento inverso es más que una moda
reducida a certificaciones y muros verdes, una necesidad apremiante que no
puede limitarse al maquillaje.
*Marcos Betanzos, es arquitecto, fotógrafo y escritor
independiente. Becario del Sistema Nacional de Jóvenes Creadores FONCA
2012-2013 en la disciplina de Diseño Arquitectónico.
Fotografía: Marcos Betanzos
@MBetanzos
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