Arco Bicentenario |
“…en la democracia moderna gobierna la minoría, ya que en verdad las minorías duras se imponen a las mayorías blandas”. Jaime Labastida
En tiempos recientes un buen grupo de voces se han hecho escuchar (y sentir) para consolidar la idea del concurso público de arquitectura como garantía inicial de una mejor y más sana práctica profesional que posicione al oficio de arquitecto en un tabulador mucho más democrático, también más transparente y preciso para seleccionar propuestas adecuadas para la ciudad, que permitan prescindir de ocurrencias o consignas que tienen como génesis común la ostentación del poder y la simulación al servicio de personas o personajes.
Hasta ahí, la cosa pinta muy bien y suena mucho mejor. La iniciativa a la cual indiscutiblemente si se quiere un cambio, hay que sumarse es aplaudible pero en la realidad al parecer aún no provoca un eco mínimo que brinde la señal esperada de que al menos a algún sector ya comenzó a ocasionarle la mínima intensión de reflexión en torno a lo que se le crítica –sobre todo el de las autoridades responsables de motivar cambios de fondo en los mecanismos de adjudicación de obra pública-. El concurso parece una buena manera de transformar esta situación pero no es suficiente. ¿Por qué?
Concurso Arquine TAV |
Sobre la poca o nula respuesta que se ha obtenido en torno a esta iniciativa es evidente que este problema no es algo que pueda revertirse con inmediatez, sería de presumible ingenuidad imaginarlo de tal modo. Existen demasiadas redes de complicidades y complacencias que deben romperse y eso lleva su tiempo. Así, en parte se explica la indiferencia que las autoridades exhiben ante la exigencia de modificar su manera de actuar. No sólo depende de las autoridades (no todo es culpa de ellas), los arquitectos como tal y sus canales de difusión tienen responsabilidades compartidas.
Tomando en cuenta lo anterior, debe decirse que la imagen del concurso público de arquitectura está muy desgastada: por un lado la comunidad que participa en ellos encuentra una gran variedad de inconsistencias en los objetivos reales de concebir un concurso como instrumento eficaz de validación de propuestas que aporten algo a la ciudad. El concurso de arquitectura se concibe como un negocio rentable donde la propuesta puede ser lo menos importante del tema, donde la ocurrencia, el disparate y la especulación tienen siempre un buen espacio reservado, lo cual desafortunadamente disminuye el impacto del discurso de quienes buscan en este método la consolidación de un sistema eficaz para producir buenos proyectos.
Concurso Intervención Urbana Casa Barragán |
Por otra parte, el jurado no se compromete con el resultado; es decir, aquellos que funcionan como voz autorizada no adquieren ningún compromiso con los concursantes y mucho menos con el organizador al determinar qué propuesta es la mejor y respetarla en todo su proceso (ver el caso de la Estela de Luz, donde el jurado opinó que la obra hoy construida, era la mejor propuesta y la más fácil de construir; se equivocaron, no obtuvieron cuestionamiento alguno y la obra nunca se respetó).
Concurso Zócalo |
Todo lo anterior puede parecer trivial, pero debe recordarse, ahora que se quiere hacer creer que el sistema democrático del concurso es o puede ser la mejor solución para un problema más complejo. Es una vía, no cabe duda pero no es una ruta exenta de errores y de necesarios ajustes o depuraciones desde su planteamiento, alcances y objetivos. Es quizá la menos peor, y ahí tal vez todos hemos de pagar por los errores de otros como consecuencia de nuestras propias inconsistencias o contradicciones a nivel profesional, evidentemente peor sería no actuar porque así como la espera puede llevar al ejército a la derrota, la inactividad lleva a una ciudad a la muerte o al menos a su decadencia.
El concurso no es ninguna garantía, es como se dice un volado, un juego de azar y a veces de gusto o el instrumento más sofisticado para consolidar tendencias de grupo con intenciones particulares. Sin embargo, puede serlo, por lo tanto de la misma manera que no se puede juzgar el resultado de un concurso en el que no se participa, si se desea que esto cambie, el nivel de compromiso y respuesta lo debemos de subir quienes vemos en este mecanismo una oportunidad valiosa de aportar y encontramos en la exigencia del proyecto público una responsabilidad común.
Fotografías: cortesía de Marcos Betanzos
1.-Arco Bicentenario. Cesar Pérez Becerril, Raúl Peña Arias, Jorge Yazpik, entre otros.
2.-Ulises Omar Zúñiga García, María Graciela López, Helena Rojas, Fernanda Barranco, Héctor Arce, Iván Reyes, Juan Esparza (TALLER VEINTICUATRO)
3.-Marcos Betanzos, Victor Betanzos, Guillermo González, Alfredo González, Cinthia Xochicale, Carlos Marín, Megumi H. Andrade.
4.-Ernesto Betancourt y Juan Carlos Tello.
*Marcos Betanzos, es arquitecto, fotógrafo y escritor independiente. Becario del Sistema Nacional de Jóvenes Creadores FONCA 2012-2013 en la disciplina de Diseño Arquitectónico.
@MBetanzos
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