Por: Marcos Betanzos*
A los pocos espacios que al peatón le
quedan como “reserva territorial”, habrá que ponerlos en la balanza de la
dignidad como espacio transitable y seguro. En la mayoría de las ciudades del país, deja mucho que desear la calidad y las
cualidades de esos reductos de calle que poco a poco han desaparecido
aumentando sus cualidades programáticas y reduciendo su esencia urbana,
nulificando el porqué de su existencia.
La calle, que es el espacio público
por excelencia, ha desaparecido sistemáticamente con todos sus componentes. Los
factores son múltiples y muchos de ellos los conocemos a la perfección: el
ambulantaje, la modificación de su uso como estacionamiento para
establecimientos comerciales, la improvisación de soluciones a temas de
inseguridad y el nulo mantenimiento, así como la rapiña creciente de tapas de
registros o luminarios para su venta clandestina. La lista podría ser
interminable y su impacto negativo es irrefutable.
Que esto suceda es lamentable y peor
aún que se acepte como parte de nuestra cotidianidad, que se justifique como
parte del folclor nacional, que se enarbole la bandera de la justificación y
defensa social cuando a todas luces los orígenes de estos problemas tienen
raíces demasiado profundas que van desde el clientelismo político hasta la
complicidad y la carencia de políticas públicas de carácter integral.
De este modo, mientras desde el
escritorio y el imaginario oficial de gobierno se dictan estrategias para
propiciar la movilidad y el ordenamiento territorial que sólo se ve reflejado
en reflectores y primeras planas, en el microurniverso del ciudadano común no
hay modo de transitar por donde se debe, no existe la manera de visualizar la
próxima esquina a la cual habrá que llegar, nos hemos convertido en
especialistas para resolver laberintos de todo tipo y grado de dificultad.
Salir a la calle en estado de alerta para la confrontación y el insulto es el
estado mental por excelencia.
¿Será tan complicado pensar –al menos-
en una eficiente mejora de las banquetas de la ciudad y su ordenamiento? ¿El
rescate de estos espacios es en verdad una quimera al margen de las
autoridades? ¿Por qué se prefiere la simulación de erradicar un problema antes
que solucionarlo?
Hay mucho por hacer y bien se sabe
que la buena voluntad no siempre es suficiente para obtener resultados ideales.
No se puede actuar tolerando y fortalecer la estrategia de “volar por debajo
del radar” para que no pase nada. Habrá que decir claramente que esto no sólo
es un problema de autoridades, mientras como ciudadanos toleremos y seamos
participes de estas prácticas, pocas oportunidades existirán para transformar
nuestro entorno.
La calle –debe recordarse- es un
espacio público, tiene un carácter utilitario, es el medio para el movimiento y
para percibir la ciudad, sirve para consolidar una estructura urbana y
propiciar una interacción comunitaria. La calle no es un mecanismo de
negociación, tampoco debería ser el escenario más contundente para reflejarnos
como sociedad, y sin embargo en gran medida lo es.
*Marcos
Betanzos, es arquitecto, fotógrafo y escritor independiente. Becario del
Sistema Nacional de Jóvenes Creadores FONCA 2012-2013 en la disciplina de
Diseño Arquitectónico.
Fotografía: Marcos Betanzos
@MBetanzos
Excelente artículo. En México estamos acostumbrados a que cualquier cosa que lleva el adjetivo de 'publico' significa descompuesto, grafittiado y con olor a meados.
ResponderEliminarEn lo personal me parece perfecto y vital la implementacion de parquimetros. Las calles son de todos y precisamente por esa razón nadie puede usar un espacio para dejar su coche hast 8 hrs diarias sin pagar algun tipo de impuesto. Ya que esos recursos se canalicen correctamente al urbanismo o se vayan al shopping de la esposa del delegado es otro problema.
En ciudades donde el urbanismo es casi impecable no existen mas de 10cms de calle que no estén regulados con parquimetro o algun tipo de permiso.
En México se confunde el 'es de todos' con 'yo hago lo que se ma da la gana'
Saludos
LMF